Van Halen collage

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sábado, 10 de octubre de 2015

Crítica de Michael Monroe: Blackout States (Caroline Records, 2015)

Michael Monroe es una apuesta segura. Es de los pocos músicos que quedan de los que te puedes fiar con los ojos cerrados. Nunca falla y su nuevo disco, Blackout States, es una prueba evidente de ello. La verdad es que no ofrece nada nuevo, es más de lo mismo, pero no sé cómo lo hace para facturar obras de tanta calidad una tras otra. Salvando las distancias, es un caso parecido al de Ramones (se les echa de menos) o AC/DC. Parece que se repiten eternamente, nunca se renuevan, no hay evolución, es como un bucle eterno que dura y dura y dura... Y ahí precisamente está el secreto de su éxito. El cantante finlandés no es un fenómeno de masas, aunque lleva en el rock tiempo más que suficiente, desde sus inicios en Hanoi Rocks, como para no tener que demostrar nada a nadie. A sus 53 años, su trayectoria en solitario es impecable, además de haber estado involucrado en otros proyectos como Jerusalem Slim (con Steve Stevens) o Demolition 23, uno de los mejores discos de punk de todos los tiempos. Tampoco es flojo, por poner un ejemplo, aquel Dead, Jail or Rock and Roll, un single-bombazo perteneciente al no menos brillante Not Fakin' It publicado en 1989. Su voz rasgada es inconfundible, igual que una vitalidad poco usual (esos ojos tan abiertos delatan que hay 'ayudita' extra) que se puede comprobar viéndole en directo. No para quieto un segundo mientras anima al personal a participar de la fiesta con sus inseparables saxo y armónica. Es un animal de directo, uno de esos artistas que morirá encima del escenario, espacio que domina ya sea en una pequeña sala o en grandes festivales. El resultado es el mismo: diversión asegurada.


En este efectivo Blackout States, el rubio finés se ha rodeado de sus compinches habituales. Viejos zorros de la escena punk, como Steve Conte o Sammi Jaffa, que saben muy bien lo que busca el líder del grupo. En anteriores trabajos contó con la colaboración del hiperactivo Ginger o Dregen, guitarristas de renombre que entran y salen. Da igual quién le acompañe, porque no hay forma de que saque un disco aburrido o poco inspirado. Ese rock sucio, callejero, glam, vacilón, sleazy, punkarra, en ocasiones comercial, es ideal para recuperarse de estados anímicos bajos. Insisto, son 13 temas que parecen seguir el mismo esquema, pero todos son diferentes. Los tres primeros son sencillos, inconfundibles en la carrera del cantante, con esa marca de la casa escandinava que jamás me cansaré de reivindicar. Baja un poco el pistón con Keep Your Eye On You, más melódica, mientras que el ataque sonoro de R.L.F. no hace prisioneros. Good Old Bad Days debería estar en el diccionario como definición del punk rock y no le hace ascos al pop en el tema título o Under The Northern Lights. La capacidad de generar melodías para los estribillos es increíble, surgen de forma natural, sin buscar nada del otro mundo. Monroe reparte invitaciones para cantar con él, algo complicado de conseguir en un estudio, donde todo es artificial y enlatado. Da la impresión de que nos lo haría pasar bien con lo que le echaran, hasta haciendo una versión de California Girls con David Hasselhoff (sí, sí, el de los Vigilantes de la Playa) en un documento impagable que se puede ver más abajo. Cosas como esta hacen de Michael un artista único, de rara especie, un showman a lo David Lee Roth cuya existencia es fundamental para la música de verdad y la vida en general.

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